12 agosto 2010

Soledad

Todo empezó con esta frase: 
          "Un punto de no retorno heredado de la soledad".


Llegó un día e inspiró lo que será mi segundo post en este blog, mi blog. Tiempo me llevó llegar a él, me resistía a escribir y los lápices fueron cayendo ante mi, dirigiendo mi mano sobre el papel. Leer el post de Víctor, con el cual me sentí tan identificada, fue el impulso máximo para subir estas palabras que surgieron en una noche de agitación mental e inclusive de locura (de esa que sientes no sales).

           Un punto de no retorno heredado de la soledad.
           Un ángulo perceptivo que se agudiza con la soledad.
           Puede ser tan seductora. Si te agrada su llamado permanece latente.


           No sé si es mi amiga, pero está ahí. 
           Sonríe, me rodea. Se muestra prepotente con todos sus obsequios.
           Un punto, un punto titilando en la sombras que no sabes si atraparlo.


           Seduce y confunde.
           Y dudas en dejarla, porque es fiel y grata compañía.
           Te hace exigente. Te muestra tal cual eres.
           Descubres quién eres, qué quieres, qué aceptas... qué dejas.


           Te interrogas si continuar o parar. 
           Te debates entre el egoísmo y el ceder.
           Cuestionas las leyes sociales y estableces tus reglas,
           y crees que algunos pueden seguirlas porque escriben en el mismo manual.


           Pero tal vez no. No puedes apartarte porque pocos leen ese manual.


           Y aunque crees no entender, 
           te cuestiones y creas enloquecer,
           mirarás e intentarás salir, porque lo quieres, lo sueñas...
      
           Pero no encuentras las ventanas.
           Abres la puerta y el viento la cierra, sin avisar, sin pronósticos.
           Necesitas la llave y el molde lo entregaste por partes, sin instrucciones de cómo recomponerlo.


           Te cuestionas.  Piensas.  Callas.  Recuerdas vivir, sentir y reír.
           Tranquilidad. Serenidad. Estás.   

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